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Cardenal Joseph Ratzinger (2003)


por Gianni Cardinale

 

El verano de 1978 no fue un verano como los demás para la Iglesia católica. En pocas semanas los cardenales se tuvieron que reunir dos veces en cónclave para elegir al sucesor de Pedro. El 6 de agosto, después de quince años de pontificado, fallecía Pablo VI, que iba a cumplir 81 años el 26 de septiembre. El 26 de agosto, tras un rápido cónclave –dos días y cuatro votaciones– los cardenales eligieron Papa al patriarca de Venecia Albino Luciani, que tomó el nombre de Juan Pablo I. Hubiera cumplido 66 años el 17 de octubre. Pero no celebró ese cumpleaños. Su pontificado duró 33 días. En la madrugada del 28 de septiembre el nuevo Pontífice fue hallado exánime en su dormitorio. El Sagrado Colegio, pues, se volvió a reunir para el cónclave que el 16 de octubre –tras ocho votaciones en tres días– eligió al arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, de 58 años, que con el nombre de Juan Pablo II se convirtió en el primer Papa polaco de la historia y primer no italiano después de 456 años.

 

      Para recordar, veinticinco años después, los dramáticos acontecimientos de aquel verano, 30Días le ha pedido su testimonio al cardenal Joseph Ratzinger, de 76 años, sin duda el más conocido de los 21 purpurados del actual Sagrado Colegio que participaron en los dos cónclaves de 1978. Con el purpurado alemán hemos hablado también de sus coloquios y entrevistas con el papa Montini y con Luciani entre 1977 y 1978.

 

      El cardenal Joseph Ratzinger no necesita muchas presentaciones. Teólogo famoso desde la época del Concilio Vaticano II, fue nombrado arzobispo de Múnich y Freising y creado cardenal en 1977 por Pablo VI, y actualmente es el único purpurado europeo creado por el papa Montini que participaría en un eventual cónclave. En 1981 el papa Wojtyla lo llamó a Roma y desde entonces preside la Congregación para la doctrina de la fe, la Pontificia Comisión bíblica y la Comisión teológica internacional. Es el más longevo de los jefes de dicasterio de la Curia romana. Fue elegido vicedecano del Sagrado Colegio en noviembre de 1998 y decano a finales del año pasado.

 



Eminencia, el 24 de marzo de 1977 Pablo VI le nombró arzobispo de Múnich, tres meses después le creó cardenal…

Card. Ratzinger: Dos o tres días después de mi consagración episcopal del 28 de mayo me informaron de mi nombramiento a cardenal, que coincidía casi con la ordenación sacramental. Para mi fue una gran sorpresa. Todavía sigo sin explicármelo. Sé que Pablo VI tenía presente mi trabajo como teólogo. Y unos años antes, quizá en 1975, me había invitado a predicar los ejercicios espirituales en el Vaticano. Pero no me sentía lo suficientemente seguro ni de mi italiano ni de mi francés como para preparar y atreverme con una aventura semejante, así que dije que no. Pero es una prueba de que el Papa me conocía. Quizá en esta historia tuvo algo que ver monseñor Karl Rauber, hoy nuncio en Bélgica, entonces estrecho colaborador del Substituto Giovanni Benelli. De todos modos, el hecho es que, me han dicho, ante la terna para el nombramiento de arzobispo de Múnich y Freising el Papa eligió personalmente mi pobreza.

     

El del 27 de junio de 1977 fue un “miniconsistorio” con sólo cinco nuevos cardenales…

Card. Ratzinger: Sí, éramos un pequeño grupo, interesante y simpático. Estaba Bernardin Gantin, el único aún con vida además del que habla. Y luego Mario Luigi Ciappi, el teólogo de la Casa pontificia, Benelli naturalmente, y Frantisek Tomasek que había sido nombrado in pectore el año anterior y que recibió la púrpura con nosotros.

     

Se dice que fue Benelli, que había sido nombrado arzobispo de Florencia el 3 de junio, quien “eligió” los nombres de este “miniconsistorio”…

Card. Ratzinger: Puede ser. Nunca he tenido ganas, ni tampoco ahora, de indagar sobre estas cosas. Respeto la Providencia; cuáles fueron los instrumentos de la Providencia es algo que no me interesa.

     

¿Qué recuerda de aquella ceremonia?

Card. Ratzinger: Durante la entrega de la birreta en la Sala Pablo VI tuve una gran ventaja respecto a los otros nuevos cardenales. Ninguno de los cuatro cardenales tenía consigo una gran familia. Benelli había trabajado durante muchos años en la Curia y no era muy conocido en Florencia, así que no eran muchos los fieles procedentes de la capital toscana; Tomasek –aún existía el telón de acero– no podía tener acompañadores; Ciappi era un teólogo que había trabajado siempre, por así decir, en su isla; Gantin es de Benin y desde África no es fácil llegar a Roma. Yo, en cambio, tuve mucha gente: la sala estaba casi llena de personas que venían de Múnich y de Baviera.

     

Dejó bien puesta la bandera…

Card. Ratzinger: En cierto sentido, sí. Me aplaudieron más que a los otros. Se veía que Múnich estaba presente. Y el Papa quedó visiblemente complacido al ver que de alguna manera se confirmaba su decisión.

     

¿Habló usted personalmente con el Papa en aquella ocasión?

Card. Ratzinger: Después de la liturgia, en la que el Papa nos entregó el anillo, me dijeron que Pablo VI deseaba hablarme en audiencia privada. Yo había sido durante muchos años un simple profesor, muy lejano de la jerarquía y no sabía cómo comportarme, me sentía algo incómodo en ese contexto. No me atrevía a hablar con el Papa porque me sentía aún demasiado simple, pero él fue muy bueno y me animó. Se trató de un coloquio sin intenciones específicas, quería conocerme de cerca, quizás porque Benelli le había hablado de mí.

     

¿Qué recuerda del último año de pontificado de Pablo VI?

Card. Ratzinger: En aquel periodo, junto con los demás obispos de Baviera, vine a Roma con motivo de la visita ad limina. Fue un encuentro hermoso con el Papa. Pablo VI comenzó hablando en alemán, lo hacía bastante bien, pero luego prefirió el italiano con el que era más fácil comunicar. Habló con el corazón abierto de su vida y de su primer encuentro con nuestra tierra. Recordó que cuando estuvo en Múnich, como joven sacerdote, se había sentido algo desorientado y había conocido muchas personas que le ayudaron. Fue un coloquio personal, sin grandes discursos: se veía que su corazón se había abierto y quería simplemente compartir algunos momentos con sus hermanos en el episcopado. Fue un encuentro muy simpático.

     

¿Volvió otras veces a Roma durante el pontificado de Pablo VI?

Card. Ratzinger: Sí, cuando cumplió 80 años [el 26 de septiembre de 1977, n de la r.]. El 16 de octubre celebró una misa solemne en San Pedro. En aquella ocasión me impresionó por su manera de citar el verso de la Divina Comedia en el que Dante habla de «esa Roma en la que Cristo es romano» [Purgatorio, XXXII, 102, n. de la r.]. A Pablo VI se le consideraba un intelectual que tenía dificultad para ser afectuoso con los demás. En esta ocasión había manifestado un afecto inesperado por Roma. Yo no conocía o no me acordaba de estas palabras de Dante. Me impresionaron mucho. Con estas palabras Pablo VI quería expresar su amor por Roma, que se ha convertido en la ciudad del Señor, el centro de su Iglesia.

     

¿Cómo se enteró de la muerte del papa Montini?

Card. Ratzinger: Estaba de vacaciones en Austria. La mañana del 6 de agosto me informaron que el Santo Padre se había sentido mal improvisamente. Llamé al vicario general de Múnich para decirle que invitara inmediatamente a toda la diócesis a rezar por el Papa. Luego hice una pequeña excursión y cuando volví me llamaron por teléfono para decirme que el Papa había empeorado y poco después me llamaron de nuevo para comunicarme su muerte. Entonces decidí que por la mañana regresaría a Múnich, y esa misma tarde vino la televisión a entrevistarme. Después de escribir una carta a la diócesis salí hacia Roma.

     

Y allí asistió al funeral del Papa.

Card. Ratzinger: Me impresionó la absoluta sencillez del féretro con el Evangelio encima. Esta pobreza, que el Papa había querido, me dejó estupefacto. También me impresionó la misa fúnebre celebrada por el cardenal Carlo Confalonieri, que por ser octogenario no participaría en el cónclave; pronunció una homilía muy hermosa. Como también fue muy hermosa la que pronunció en otra misa el cardenal Pericle Felici, que describió como el viento movía las hojas del Evangelio colocado encima del féretro del Papa durante el funeral. Luego regresé a Múnich para celebrar una misa en sufragio: la catedral estaba muy llena. Después volví a Roma para el cónclave.

    

Usted era un cardenal novel…

Card. Ratzinger: Era uno de los más jóvenes, pero, como era obispo diocesano, pertenecía a la orden de los presbíteros y, por tanto, en el protocolo estaba antes de muchos cardenales curiales que pertenecían a la orden de los diáconos. Así que no estaba en los últimos puestos. Recuerdo que también durante la comida se respetaban estas precedencias y yo estaba entre los cardenales Silvio Oddi y Felici, dos purpurados italianísimos.

 

¿Tuvo realmente un papel importante en aquel cónclave?

Card. Ratzinger: Es verdad que nos vimos algunas veces con algunos obispos germanohablantes. Participaban en estas reuniones Joseph Schröffer, ex prefecto de la Educación católica, Joseph Höffner, de Colonia, el gran Franz König, de Viena, Alfred Bengsch, de Berlín; también estaban Paulo Evaristo Arns y Aloísio Lorscheider, brasileños de origen alemán. Se trataba de un pequeño grupo. No queríamos decidir nada, sólo hablar un poco. Yo me dejé guiar por la Providencia, escuchando los nombres y viendo cómo se formó por fin el consenso sobre el patriarca de Venecia.

    

¿Lo conocía?

Card. Ratzinger: Sí, lo conocía personalmente. Durante las vacaciones de verano de 1977, en agosto, estaba en el seminario diocesano de Bressanone y Albino Luciani vino a visitarme. El Alto-Adige forma parte de la región eclesiástica de Trivéneto y él, que era un hombre de una amabilidad exquisita, como patriarca de Venecia se sintió casi obligado a visitar a este joven hermano en el episcopado. Yo me sentía indigno de su visita. Tuve la oportunidad de admirar su gran sencillez y también su gran cultura. Me contó que conocía muy bien aquellos lugares porque cuando era niño iba con su madre en peregrinación al santuario de Pietralba, un monasterio de Servitas de lengua italiana que está a mil metros de altitud, muy visitado por los fieles de Véneto. Luciani conservaba muchos hermosos recuerdos de aquellos lugares y por eso le gustaba volver a Bressanone.

     

¿No lo había conocido antes personalmente?

Card. Ratzinger: No. Yo había vivido, como he dicho, en el mundo académico, muy lejos de la jerarquía eclesiástica, y no conocía personalmente a sus miembros.

     

¿Lo volvió a ver?

Card. Ratzinger: No, hasta el cónclave del 78.

    

¿Habló usted con él en esta ocasión?

Card. Ratzinger: Un poco, porque nos conocíamos. Pero teníamos mucho que hacer y meditar.

     

¿Qué impresión causó su elección?

Card. Ratzinger: Yo me alegré mucho. Tener como pastor de la Iglesia universal a un hombre con esa bondad y con esa fe luminosa era la garantía de que todo iba bien. Él mismo se quedó sorprendido y sentía el peso de la gran responsabilidad. Se veía que sufría un poco este golpe. No se esperaba la elección. No era un hombre que buscaba hacer carrera, sino que consideraba los cargos que había desempeñado como un servicio y también un sufrimiento.

    

¿Cuándo habló con usted por última vez?

Card. Ratzinger: El día de su toma de posesión, el 3 de septiembre. La archidiócesis de Múnich y Freising está hermanada con las diócesis de Ecuador y en aquel mes de septiembre se había organizado en Guayaquil un Congreso mariano nacional. El episcopado local había pedido que me nombraran delegado pontificio para este Congreso. Juan Pablo I había leído la solicitud y había dado su aprobación; así que durante el tradicional homenaje de los cardenales hablamos de mi viaje y él invocó muchas bendiciones para toda la Iglesia ecuatoriana y para mí.

     

¿Fue usted a Ecuador?

Card. Ratzinger: Sí, y precisamente cuando estaba allí me llegó la noticia de la muerte del Papa. De una manera algo rara. Dormía en el palacio episcopal de Quito. No había cerrado la puerta porque en el obispado me siento como en el seno de Abraham. A altas horas de la noche entró en mi habitación una ráfaga de luz y se asomó una persona con un hábito de carmelita. Me asusté un poco ante esa luz y esa persona vestida de manera tan lúgubre que parecía mensajera de noticias infaustas. No estaba seguro de si era un sueño o era real. Por fin descubrí que era un obispo auxiliar de Quito (Alberto Luna Tobar, hoy arzobispo emérito de Cuenca, Ecuador, n. de la r.), que me dijo que el Papa había muerto. De esta manera supe de este triste e imprevisto acontecimiento. Pese a la noticia, logré dormir en gracia de Dios y por la mañana celebré la misa con un misionero alemán, quien en la oración de los fieles rogó «por nuestro papa muerto Juan Pablo I». Asistía a la función mi secretario laico, el cual al acabar la misa vino y me dijo consternado que el misionero se había equivocado de nombre, que tenía que haber rezado por Pablo VI y no por Juan Pablo I. Aún no se había enterado de la muerte de Albino Luciani.

     

Usted había visto al Papa durante el cónclave. Cuando fue a rendirle homenaje, ¿le pareció un hombre que de ahí a un mes pudiera morirse?

Card. Ratzinger: Me pareció que estaba bien. Es verdad que no parecía un hombre que gozara de gran salud. Pero muchos parecen frágiles y luego viven cien años. A mí me pareció que gozaba de buena salud. No soy médico, pero me parecía un hombre que, como yo, no aparentaba una salud muy fuerte. Pero estas personas son las que luego normalmente tienen mayor esperanza de vida.

     

Así que para usted fue una muerte inesperada.

Card. Ratzinger: Completamente inesperada.

     

¿Tuvo dudas cuando comenzaron a correr voces sobre una muerte violenta del Papa?

Card. Ratzinger: No.

     

El obispo de Belluno-Feltre, el salesiano Vicenzo Savio, anunció que el pasado 17 de junio recibió el nihil obstat de la Congregación para las causas de los santos para llevar adelante la causa de beatificación del Siervo de Dios Albino Luciani. ¿Qué piensa usted?

Card. Ratzinger: Personalmente estoy convencido de que era un santo. Por su gran bondad, sencillez y humildad. Porque tenía el valor de decir las cosas con gran claridad, incluso yendo en contra de las opiniones comunes. Y también por su gran cultura de fe. No era solamente un simple párroco que por casualidad había llegado a ser patriarca. Era un hombre de gran cultura teológica y de gran sentido y experiencia pastoral. Sus escritos sobre la catequesis son preciosos. Y su libro Ilustrísimos, que leí inmediatamente después de su elección, es estupendo. Sí, estoy convencido de que es un santo.

     

¿Aunque sólo hablara con él tres veces?

Card. Ratzinger: Sí, fue suficiente para que su figura luminosa irradiara en mí esta convicción.

     

Cuando se reunieron para el segundo cónclave de 1978, ¿cuál era la sensación dominante en el Colegio cardenalicio?

Card. Ratzinger: Tras esta muerte imprevista estábamos todos algo deprimidos. Había sido un golpe muy duro. También después de la muerte de Pablo VI había tristeza. Pero la de Montini había sido una vida completa, que había tenido un epílogo natural. Él mismo esperaba la muerte, hablaba de su muerte. Después de un pontificado tan grande había habido un nuevo comienzo, con un Papa de otro tipo, pero en total continuidad. Pero que la Providencia hubiera dicho que no a nuestra elección fue de verdad un duro golpe. Aunque la elección de Luciani no fue un error. Esos 33 días de pontificado han tenido una función en la historia de la Iglesia.

     

¿Cuál?

Card. Ratzinger: No fue sólo el testimonio de bondad y de una fe gozosa. Esa muerte imprevista abrió también las puertas a una opción inesperada. La de un Papa no italiano.

     

¿Se había tomado en consideración esta posibilidad en el primer cónclave de 1978?

Card. Ratzinger: También se habló de ello. Pero no era una hipótesis muy real, además estaba la hermosa figura de Albino Luciani. Después se pensó que era necesario algo totalmente nuevo.

 

 

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