Allá en el Véneto, oía decir: Todo buen ladrón tiene su devoción. El Papa tiene varias devociones; entre ellas, a San Gregorio Magno, cuya fiesta se celebra hoy.
En Belluno, el seminario se llama «gregoriano» en honor de San Gregorio Magno. Yo he pasado en él siete años de estudiante y veinte de profesor.
Hoy precisamente, 3 de septiembre, él fue elegido Papa y yo comienzo oficialmente mi servicio a la Iglesia universal.
Era romano y llegó a ser primer Magistrado de la ciudad. Después dio todo a los pobres, se hizo monje, y fue designado secretario del Papa.
Al morir el Papa, lo eligieron a él y no quería aceptar. Intervinieron el Emperador y el pueblo. Finalmente aceptó y escribió a su amigo Leandro, obispo de Sevilla: «siento ganas de llorar, más que de hablar».
A la hermana del Emperador le dijo: «El Emperador ha querido que un mono se convierta en león» Se ve que ya en aquellos tiempos era difícil ser Papa.
Fue muy bueno para con los pobres. Convirtió a Inglaterra. Y sobre todo escribió libros muy bellos; uno de ellos es la Regula pastoralis: en ella enseña a los obispos su misión, y en la última parte dice: «yo he descrito al buen pastor pero no lo soy; he mostrado la playa de la perfección a la que hay que llegar, pero personalmente me encuentro todavía en las oleadas de mis defectos y de mis faltas; así, pues, por favor --escribe-- para que no naufrague, echadme una tabla de salvación con vuestras oraciones» Yo digo lo mismo; pero no sólo el Papa tiene necesidad de oraciones, también la tiene el mundo.
Uno escritor español ha dicho: «el mundo va mal porque hay más batallas que oraciones»
Procuremos que haya más oraciones y menos batallas.