[…] Visitando los santuarios, llama la atención que la Virgen se aparece siempre a gente pobre y sencilla: niños como en Lourdes y Fátima; campesinos como en Motta de Livenza y Pietralba. Algunos aprovechan la ocasión para reírse y encogerse de hombros. Los cristianos más atentos, en cambio, ven en este fenómeno la continuación de la política de Dios ya señalada por María: «Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada» (Lc 1, 52-53).
Se discute mucho acerca de las apariciones: una “derecha” muy devocional revela un apetito exagerado de cosas religiosas sensacionales, corre a cualquier parte donde se anuncie una aparición, lee con afán los reportajes, pregunta continuamente qué es el “tercer secreto” de Fátima. Y halla con que saciarse: desde 1930 a 1975 alguien ha contado 232 apariciones de la Virgen. Una “izquierda” católica, más bien hipercrítica, considera poco serio todo lo que no es Biblia, subestima a priori las apariciones, subraya que éstas son rarísimas entre gente seria como los ingleses, los norteamericanos y los alemanes; admite que también en las zonas anglófonas y germanófonas los santuarios marianos son numerosos, pero advierte que a menudo están dedicados a la Virgen aparecida en Lourdes, Fátima, Caravaggio, etc.
La postura justa está en el medio de estos dos extremos. La han propuesto –entre otros muchos– santo Tomás y el papa Juan. El primero escribe que, la «gran» revelación se cumplió con los apóstoles, una «pequeña» revelación es útil también después de los apóstoles, en el tiempo de la Iglesia, «no para sacar una nueva doctrina, sino para dirigir las acciones humanas». El papa Juan, en la misma línea, el 18 de febrero de 1959, clausurando el centenario de Lourdes, declaraba: «Los papas […] consideran un deber encomendar a la atención de los fieles, cuando, tras un maduro examen, lo juzgan oportuno por el bien general, las luces sobrenaturales que Dios quiere dispensar libremente a ciertas ánimas privilegiadas, no para proponer nuevas doctrinas, sino para guiar nuestra conducta».
El Papa habla de «maduro examen», que concierne tanto a las personas como al mensaje. Es criterio negativo que los presuntos «videntes» deseen las visiones, las propaguen fácilmente, llamen la atención, se contradigan. […]
Teniendo presente lo que dice el papa Juan, el dato sensacional es secundario: lo que importa es que en Lourdes, Fátima, La Salette y en otras partes, la Virgen, para guiarnos y ayudarnos, dice prácticamente sólo una cosa: oración y penitencia (es decir, conversión). Repite lo dicho por Jesús, que había amonestado: «Si no hacéis penitencia, pereceréis […] Hay que rezar siempre». Siempre. Los santuarios nos ayudan sobre todo a recordar esta enseñanza. Por eso son muy útiles y el bien que hacen es muy grande.